“Shang Yang, hombre de leyes y de guerra en la China de los Tres Reinos, fue tanto un gran creador de ideas como un eficaz destructor de provincias. En el año 341 antes de Cristo, tras haber convencido a duque Xiao de las ventajas de un ataque al reino Wei, asumió el mando del ejército (…). El sitio de Luoping fue el primer acto de ésta. Luoping, sin ser capital, era reputada por el poderío intimidante de sus fortificaciones.
(En Luoping), Shang Yang hizo poner a sus hombres y a sus máquinas en fila. (…) Cuando todo estuvo en su sitio, y sólo se dejó oír-y traducir por los banderines- la lengua del viento, comenzaron a llegar ruidos desde el campamento enemigo. Estos ruidos no tenían nada de militar. (…) Al clarear el día, los soldados de Shang Yang vieron lo que nunca habían imaginado. Era todo el pueblo de Luoping el que había salido de las murallas. Los hombres, los ancianos, las mujeres, los niños, los soldados sin sus armas. Y lo que hacían, con aplicación, dando la espalda a sus atacantes, era desmontar, piedra a piedra, las murallas de su ciudad (…) habían empezado a arrasar metódicamente su ciudad. Porque después de la muralla, de los fortines y de las torres de vigía, las gentes de Luoping desmantelaban rápidamente las techumbres de sus casas, edificios y templos. Se hubiera dicho que desmantelaban más que los demolían, porque no ponían en ellos violencia alguna. No rompían los armazones, sino que los deshacían; no derribaban los tabiques de sus casas, sino que los arriaban como si fueran velas.
(…) Pronto la ciudad de Luoping fue una superficie desnuda bajo el cielo. (…) No quedaban más que montones, rectilíneos, ordenados por materiales, por tamaño, por colorido. Luoping se había convertido en una abstracción, en un recuerdo. (…) Fue la primera derrota en la carrera de Shang Yang.”

El uso de las ruinas. Retratos obsidionales. Jean-Yves Jouannais.

Quince impresiones digitales sobre papel, 30x20cm. Azulejos de cera natural 12x12cm.

Durante uno de los viajes a Porto, tuve la oportunidad de conocer a un arquitecto que hace unas guías alternativas por la ciudad explicando su planteamiento urbanístico e historia. Entre otras muchas cosas, me comentó que en las fachadas de las casas abandonadas hay recurrentes robos de azulejos: rompen uno y los demás los arrancan con una palanca para vender a particulares, coleccionistas o turistas. Todo aquello me hizo pensar y realicé una intervención directa en varias casas, cubriendo los huecos vacíos con otros azulejos de cera natural.

Cada una de las fachadas intervenidas han sido archivadas en un par de viajes, para que se vea la evolución que han sufrido. Lo importante es la acción que ha sucedido allí, el acto de colocar un nuevo azulejo de un material blando sobre un muro de un edificio abandonado. La cera es un elemento curioso porque es orgánico, pero no es algo que esté vivo, tampoco muerto, genera una sensación de conserva, está entre dos mundos, como la propia ruina. El azulejo de cera es fútil y efímero, crea ilusiones: “y es esta ilusión de realidad, de carne tierna y sensible, lo que, combinado con la decadencia a la que la materia de este arte se halla especialmente sometida, desvaimiento y oscurecimiento, mutilación y polvo, hace las ceras a menudo repelentes (…) La cera da vida a un monstruo”. Palabras de Mario Praz.

Cera y ruina están conectadas por su fragilidad trágica Se trata de un material informe y “lo informe no es nada en sí mismo, no tiene otra existencia que la de ser una operación; es performativo”. Con él, manifiesto de alguna manera, que la casa en ruina sigue siendo una especie de organismo vivo. Los azulejos de cera están y no están a la vez, son la huella mágica del tiempo. El montaje archivístico está conectado con la leyenda de Luoping y con sus habitantes, porque a través de esta muestra, casi arqueológica, quiero trasladar la ruina de Porto piedra a piedra, escombro a escombro para dar relevancia al “tiempo geológico”. La acción sucedida en estas dos ciudades funciona como un testigo que da forma a la nostalgia.