Proyecto financiado por las Ayudas Injuve a la Creación Joven 2023, con la colaboración del Laboratório de Artes na Montanha – Graça Morais.

Cuando recorro las calles de Porto, veo los vestigios de una ciudad sumergida en una industrialización feroz ubicada en los siglos XIX y XX. Todas las casas que dibujo pertenecen a ese periodo de grandes fábricas de textil, cerámica y vino. Para mí, la mejor manera de hablar de un tiempo en ruinas es a través de las casas abandonadas. “En sus mil alveolos el espacio (de la casa) conserva tiempo comprimido”. En esas estancias, ya quemadas, ya vividas, se ve un tiempo sin tiempo de un siglo lleno de cenizas. En ellas se ha vivido una intimidad difusa, que esquiva el reloj: “la intimidad es un punto ciego: vetado para el extraño y no visible para el que en ella se instala. Y a ciegas requiere perímetro, forma. De manera que frecuentemente acaba pareciéndose a la habitación, a la casa”. Desde la pequeña historia, una historia particular, se puede contar la Historia con mayúscula y desde la intimidad fantasmagórica que guardan, se puede ver el presente pasar. La casa es un depósito de por sí y su ruina también lo es. En ellas, se establece la relación entre la movilidad de la vida y la quietud de la muerte, son espacios congelados y entrar, hacerte visitante del tiempo y su catástrofe, es un sentimiento extraño, casi de profanación por ver un lugar lleno de misterios; ver los rastros del habitar. No somos conscientes de nuestro tiempo. No sabemos leer los escombros. Somos perennes. No hay resurrección, las únicas que pueden hablar a través de los muertos son ellas, porque su estado natural es estar en muchos tiempos y espacios heterogéneos, incomprensibles en nuestro idioma. “Son lugares hechos del mismo lugar”. Estamos ante las mutaciones del pasado, frente a sus monstruos y caminamos sobre los desechos de un presente lleno de “espectros de tiempos y espacios dislocados”. Y ellas retroceden y avanzan de una sola vez, “es el relato que las alberga, en realidad, el que desbarata la línea del tiempo, y alumbra con destellos del pasado y el futuro la experiencia fugaz del presente”.

La carencia que se hace ausencia, es un trabajo que analiza esas ruinas como espacios poéticos. Espacios donde los tiempos y lugares se yuxtaponen, se invierten. Durante un año he podido viajar a esta maravillosa ciudad para poder contemplarlas, hacer un estudio de ellas. Mediante el dibujo y la instalación muestro, una ruina “pura”, de un tiempo perdido que convive “entre dos eternidades”, que impone un signo intemporal de múltiples pasados. A través de este proyecto, intento salvar el sentido enigmático y bello que guardan las ruinas: “un sentido de tiempo tanto más provocador y conmovedor por cuanto no es posible reducirlo a su historia, por cuanto es conciencia de una carencia, expresión de ausencia, puro deseo.”


«Se propagarán sin retorno ni distancia», comisaria Blanca del Río. Sala Amadís. 

A cidade movia-se como um barco. Não. Talvez o chão se abrisse em algum lado. Não. Era a tontura. A despedida. Não. A cidade talvez fosse de água. Como sobreviver a uma cidade líquida?
(Eu tentava sustentar-me como um barco.)
As aves molhavam-se contra as torres. Tudo evaporava: os sinos, os relógios, os gatos, o solo. Apodreciam os cabelos, o olhar. Havia peixes imóveis na soleira das portas. Sólidos mastros que seguravam as paredes das coisas. Os marinheiros invadiam as tabernas. Riam alto do alto dos navios. Rompiam a entrada dos lugares. As pessoas pescavam dentro de casa. Dormiam em plataformas finíssimas, como jangadas. A náusea e o frio arroxeavam-lhes os lábios. Não viam. Amavam depressa ao entardecer. Era o medo da morte. A cidade parecia de cristal. Movia-se com as marés. Era um espelho de outras cidades costeiras. Quando se aproximava, inundava os edifícios, as ruas. Acrescentava-se ao mundo. Naufragava-o. Os habitantes que a viam aproximar-se ficavam perplexos a olhá-la, a olhar-se. Morriam de vaidade e de falta de ar. Os que eram arrastados agarravam-se ao que restava do interior das casas. Sentiam-se culpados. Temiam o castigo. Tantas vezes desejaram soltar as cordas da cidade. Agora partiam com ela dentro de uma cidade líquida.
(Eu ficara exactamente no lugar de onde saiu.)
Filipa Leal. A Cidade Liquida

Conversando con Alsira Monforte sobre Entre dos eternidades, entre intermitencias, benditas anécdotas, cigarrillos y otras cotidianidades, el nombre de la poeta Filipa Leal apareció en mi imaginario como ligado a la ciudad de Oporto. Una profesora de la Faculdade de Architectura de la Universidade do Porto me había regalado sus poemarios A Cidade Líquida, e outras texturas y Vem a quinta feira después de un viaje, una conexión y un favor.  Mi colega, experta en arquitectura, urbanismo y vivienda pública en Portugal, me explicó que a través de la poesía de Leal lograría hacerme una idea más completa – o más caleidoscópica – de la lógica identitaria de la ciudad. Algo así como una invitación a entender la ciudad como unx cuerpx, un organismo de espacios vivos, que necesariamente deben ser resignificados en tiempos acelerados y de masificación.
Alsira Monforte parte de la estética del tiempo y del concepto de ruina como espacio poético para la realización del proyecto La carencia se hace ausencia. El paisaje urbano de Oporto es un palimpsesto, resultado de la superposición de fragmentos morfológicos de diversas épocas, especialmente marcado por la industrialización de los siglos XIX y XX del sector del textil, la cerámica y el vino. ‘Para mí, la mejor manera de hablar de un tiempo en ruinas es a través de las casas abandonadas (…) En esas casas, ya quemadas, ya vividas, se ve un tiempo sin tiempo de un siglo lleno de cenizas. En la habitabilidad de esas casas, ya no habitadas, se intuye el futuro. En ellas se ha vivido una intimidad difusa, que esquiva el reloj’.
Parte de este proyecto es la serie Entre dos eternidades. La artista toma aquí la ventana como elemento fetiche, concediéndole la categoría poderosa de lugar que nos sitúa en el espacio de tensión entre interior y exterior, adentro y afuera. La ventana es el ojo de la habitación hacia la calle, o viceversa: desde la calle, al ver ventanas, imaginamos habitaciones, soñamos vidas posibles. En un giro respecto a sus trabajos anteriores, Monforte resitúa al espectador en las calles de la ciudad y no directamente en el espacio interior. Lo doméstico, tema habitual en el corpus de Monforte, se activa ahora como potencia imaginable, ligado a lo enigmático, a lo fantasmagórico: ‘No somos conscientes de nuestro tiempo. No somos conscientes de nuestras ruinas, que ya son nuestras casas. No sabemos leer los escombros. Somos perennes. No hay resurrección, las únicas que pueden contar las historias de los muertos son las ruinas, porque su estado natural es estar en muchos tiempos y espacios heterogéneos’. En un guiño a Diderot en relación con lo eterno y a lo romántico, la reflexión de Monforte nos reconduce hacia un presente desbordado, en crisis, en el que parece que no tengamos más remedio que sobrevivir aferrándonos a lo que queda en el interior de nuestras casas, como describía Leal en su poema.

Vera Renau